La producción mundial de biodiésel ha experimentado un notable crecimiento desde el año 2006 y continúa en la actualidad al mismo ritmo. En España, la tradición no es tan arraigada como en otros países de la Unión Europea.
En el Viejo Continente, en el año 2002 Alemania producía 450.000 toneladas, Francia 320.000 e Italia 210.000. En España no había ninguna empresa que se dedicara a la producción de biodiesel hasta 2003.
El uso de biocombustibles ha avanzado notablemente en los últimos años. Sin embargo, el 95% de las materias primas de biodiésel provienen de cultivos comestibles como la palma, la soja y el aceite de colza.
Esto hace que se haya desarrollado una industria exclusiva para la producción de combustibles vegetales que podría afectar negativamente a la cadena de suministro de alimentos y al equilibrio ambiental por el uso intensivo del suelo.
Salvando el hándicap de las materias primas, la Universidad de Córdoba a través de un grupo de investigación ha creado un biocombustible a partir de los ácidos grasos provenientes de los desperdicios de alimentos de restaurantes.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), alrededor de un tercio de la producción de los alimentos destinados al consumo humano se pierde o desperdicia en todo el mundo, lo que equivale a aproximadamente 1300 millones de toneladas al año.
Los expertos han logrado reducir de 60 minutos a 20, el tiempo dedicado a la transformación de los ácidos grasos en biodiésel, mediante una reacción llamada transesterificación, incluyendo el ultrasonido en el proceso.
La técnica convencional incluye un calentador-agitador y funciona bajo demanda continua de energía, mientras que el dispositivo de ultrasonido, con menor potencia energética y menos tiempo de exposición, consigue lograr el mismo cambio químico mediante ondas.
Los aceites son triglicéridos compuestos por tres cadenas de ácidos grasos unidos por una molécula de glicerina. En el proceso, se realiza la conversión de estos triglicéridos utilizando un catalizador, como puede ser la lejía, y un alcohol, como el metanol, que sustituye a la glicerina. Tras una reacción a temperatura constante, mediante decantación o por centrifugación, se obtiene el biodiésel.
El estudio se ha realizado a través del proyecto ‘Diseño de biorrefinería mediante la valorización de residuos del sector alimentario’ del Ministerio de Economía y Empresa y el contrato Interreg de cooperación transfronteriza de España y Portugal, ‘POCTEP’.